Los marineros del Prestige

Los tripulantes, en su mayoría filipinos, se agolpaban en la barandilla de la cubierta superior del Prestige, escorada a estribor. Miraban al cielo en busca del gancho salvador del

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helicóptero. Pero no todos. Otros observaban, atemorizados, a dos compañeros que, en medio de olas que superaban la borda, se habían dirigido a cerrar dos escotillas situadas a proa, a casi 190 metros de distancia de donde se encontraba el operativo de rescate. «Desde el helicóptero vimos cómo una ola barría la cubierta y los dos marinos desaparecían de nuestra vista. Milagrosamente lograron agarrarse a un cable», comenta Carlos Riscos, piloto del Pesca I .

Dos horas de espera

«Habíamos esperado cerca de dos horas», comentaba un tripulante del Prestige . «Pero el rescate fue bueno», continúa mientras levanta el pulgar en señal de alegría. Este marinero filipino dormía cuando ocurrió el accidente. Se despertó con «un golpe en la cabeza» e inmediatamente subió a cubierta, donde se dispuso a esperar el rescate.

La tensión se apoderó de nuevo de los marineros cuando empezaba a prepararse la grúa de izado. Un violento golpe de mar en la aleta de babor sacudió el buque y lanzó por los aires a otro tripulante. La sangre fría lo salvó, ya que pudo asirse a un cable. Sería difícil buscarlo entre la espuma del mar, pensó la tripulación del helicóptero.

Adolescentes

Las operaciones de rescate se iniciaron a primera hora de la tarde en medio de un viento de 50 nudos y con olas de tres a cuatro metros. La tripulación del Prestige había lanzado un bote salvavidas, pero la mala suerte quiso que se quedase atascado por algún cabrestante. Estaban atrapados. La visibilidad era buena pero la situación de los tripulantes, muchos de ellos casi adolescentes, empezaba a ser desesperada. Uno de ellos incluso se orinó encima.

Poco a poco, sin embargo, los tripulantes del Prestige consiguieron ir subiendo a los helicópteros: siete de ellos al Pesca 1, con destino a Vigo. Otros 17 se dirigieron hacia A Coruña a bordo del Helimer.

Ya a salvo, y a vista de pájaro, vieron por primera vez la realidad. Su mercante, imponente hasta hacía un par de horas, cedía quejosamente hacia los lados debido a los embates del mar.

Sonrisas y abrazos

Al aterrizar en el aeropuerto de Peinador, esperaron las preguntas de los periodistas abrazados unos a otros y tapados con gruesas mantas. Trataban de sonreír y explicar que pasaron mucho miedo. «Pensábamos que no íbamos a sobrevivir», reconocían algunos mientras que otros, más optimistas, preferían pensar que la situación «estaba controlada».

Visiblemente nervioso, otro de los marineros recordaba que tres de sus compañeros, los tres mandos de mayor rango, todavía quedaban a bordo.

Ya de noche fueron trasladados a la Casa del Mar de Vigo, donde pudieron cenar y, quizá, dormir.

Mientras tanto, 17 de sus compañeros llegaban al Hotel Avenida en A Coruña. Todavía con los trajes de faena puestos, muchos de ellos manchados por el fuel, aguardaban en la sala de espera a que les asignaran una habitación. Allí, un hombre que se identificó como empresario del barco, les ordenó no hablar con nadie.

Once meses a bordo

Aún así, uno de ellos, que llevaba a bordo «once meses y diez días», insistió en destacar la labor del capitán a la hora de proceder a la evacuación: «Lo que él hizo fue increíble, nadie esperaba que pudiera pasar lo que ocurrió y el capitán reaccionó perfectamente».

Estas palabras las respaldaba un compañero, que relataba que «lo primero que hizo nuestro jefe fue asegurarse de que todos estábamos bien».

El interlocutor, también de nacionalidad filipina, contaba que el petrolero se vio azotado por «una ola muy grande» en medio de la tormenta y que, debido a eso, «la situación se torció». Recordaba también cómo uno de sus compañeros «cayó al suelo con un tremendo dolor en una costilla».