A Galicia se le trata como tierra mansa y granero de votos. Manuel Rivas. Escritor
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- Caso Prestige
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Manuel Rivas, o Manolo, como le conocen sus vecinos cerca de Muxía, nació en 1957 en La Coruña. Escritor y periodista, es autor de quince libros, que compendian desde la narración hasta la poesía y el ensayo. Ha recibido numerosos premios, entre ellos, el Nacional de Narrativa y el de la Crítica (en tres ocasiones).
Manuel Rivas nació muy cerca de la Torre de Hércules, y quizá por eso ha adoptado la postura del vigía que mira al fin del mundo y después lo narra. De niño, allá por los años 60, escuchó desde su casa de la Rua Marola los gritos de unos marineros cuyo barco naufragó frente a La Coruña.
Durante las últimas tres semanas, el escritor gallego, Premio Nacional de Narrativa, ha oído los gritos del océano que se ahoga en fuel. Por eso, ha vuelto a ejercer de vigía; en esta ocasión, al frente de la plataforma ciudadana Nunca Máis, creada como medio de protesta contra la catástrofe del 'Prestige' y que el pasado domingo celebró la mayor manifestación cívica conocida en Galicia. Rivas se muestra inquieto. De hecho, él lanza la primera pregunta.
-¿Ha llegado el fuel al País Vasco?
-Sí, ya se recoge en algunos puntos del litoral.
-Creo que se sigue ocultando información y ha salido más combustible del que se dijo. Ya va siendo hora de hablar en serio de cuánta carga ha derramado el 'Prestige', porque la extensión de costa afectada es enorme. La catástrofe es impresionante.
-Sobre todo, para ustedes.
-Cuando naufragó el 'Mar Egeo', la marea negra fue espectacular, pero quedó localizada en la Bahía de La Coruña y el combustible ardió. Aquí, el frente es tremendo. Y lo característico del mar en Galicia es que entra en tierra, nos entra por las venas. Así que el daño es muy grande.
-Titule la última tragedia gallega.
-El título es, a veces, lo más difícil. Una sentencia vikinga dice que la primera y la segunda palabra son las más importantes porque llevan a la tercera, pero me falta No se me ocurre la tercera. Sigamos y quizá me venga a la cabeza.
-Bueno, dígame las dos primeras.
-'Otra vez'.
Cambiar de rumbo
-Usted vive al lado de la Costa de la Muerte. ¿Qué sintió el 16 de noviembre al asomarse a la ventana y ver la mancha arribando a tierra?
-El accidente ocurrió el día 13 y luego hubo esa procesión fantasmagórica de ocho días en que el barco siguió soltanto fuel. Antes de que se rompiese, ya temíamos lo peor. Ahora sabemos que la información que nos suministraban no era tranquilizadora, sino engañosa. El empeño consistió en negar la evidencia, y el resto ha sido sustentar esa mentira.
-¿Alguien tendría que admitir unos cuantos errores?
-La gente buena de mar sabe cambiar de rumbo. Pero las autoridades no lo han hecho en este caso. Una frase que circula entre los marinos dice que el mal capitán es el que convierte el Mediterráneo en el Atlántico. Aquí han querido convertir el Atlántico en Mediterráneo. Y lo han conseguido, pero por la suciedad que han sembrado.
-Usted suele repetir la frase de Castelao 'el gallego no protesta, emigra'. Pero la manifestación de 200.000 personas en el Obradoiro el pasado domingo parece indicar que la situación está cambiando.
-Sí, esa manifestación ha sido simbólica. No se gastó nada, todo fue gracias al boca a boca. La misma mañana de la protesta, que diluviaba, yo hacía un cálculo optimista de 10.000 personas. Porque incluso se había convocado a las cofradías a una reunión a esa misma hora.
-Pero acudió una multitud.
-La movilización tuvo dos caras. Por un lado, una especie de urgencia de vómito, de echar fuera la maldición y la ira. Por otra, la necesidad de tener un proyecto colectivo en Galicia. Disponemos de un Gobierno, pero de él sólo emana la burocracia. Muchos perciben la Xunta como una suerte de diputaciones que sirven de agencia de colocación para los amigos de algunos. El viejo régimen en un contexto democrático.
-¿Y por qué se vota siempre a los mismos? En uno de sus libros, remarca que Manuel Fraga, el presidente de la Xunta, es el dirigente más longevo de Europa.
-Habría mucho que decir al respecto. Generación tras generación, los jóvenes de la Costa da Morte han emigrado y el que emigra es inquieto, tiene valor y rebeldía. Así que Galicia ha perdido su ADN rebelde. Por otra parte, para cambiar de barco, se necesita otro buque fiable. Las alternativas tienen una responsabilidad para ofrecer el barco, una tripulación unida y confianza para marcar un rumbo.
-¿Galicia muere de vez en cuando para volver a renacer?
-Sí. El gallego no es cobarde y mira a la adversidad de frente. Había que tener mucho valor en los años cincuenta para que una joven se fuera sola a trabajar a Londres. El problema es de elites. No ha habido una burguesía ilustrada con fuerza para influir y el país ha quedado en manos mediocres.
-El naufragio del 'Prestige' ha revalidado algunos mitos que rodean a Galicia. Por ejemplo, el desinterés hacia esta tierra. El primer fin de semana tras el desastre, Fraga se marchó a Madrid, el ministro de Fomento estaba en una montería en el Pirineo y el de Medio Ambiente, en Doñana.
-Eso se ha percibido como un desprecio, y lo es. Existe ese trato de Galicia como tierra mansa, como una especie de granero de votos y un lugar donde ir para una mariscada. He visto a Aznar venir y ser recibido como si fuera un pretor romano, parecido a un tebeo de 'Astérix y Obélix'. Eso no puede funcionar en este siglo, en unos tiempos en que sucede un desastre como el actual y se necesita una respuesta moderna, que informe y active a la sociedad. En cambio, esta gente, en situaciones de crisis, desconfía del pueblo.
-Segundo mito, al hilo de sus palabras: el servilismo. Nunca Máis reúne a 200.000 personas y la Delegación de Gobierno habla de unos 3.000 manifestantes.
-En la Delegación de Gobierno se les 'cayó el sistema', se rompió la máquina de contar. Mire, la gente ya ha dejado de responder «sí, señor». Incluso en el PP, algunos dicen a sus jefes «preferiría no hacerlo», como el escribiente de Melville. Conozco periodistas que han pedido la baja porque no quieren ir a recoger imágenes de la marea negra y del pueblo quejándose que luego no van a salir. Están diciendo: «Preferiría no hacerlo».
-Tercer mito: la fatalidad gallega. En vez de una marea negra, sufren dos.
-No creo en la fatalidad del destino. El gallego está acostumbrado a afrontar los imprevistos de la Naturaleza y no percibe la tormenta como una desgracia, sino como parte del juego. Lo que no forma parte del juego es la debacle derivada de que no se cumpla una legislación, de que un petrolero pueda navegar en malas condiciones. El capitalismo extremo hace apuestas arriesgadas, minimiza la capacidad del Estado y deja indefenso al hombre, que queda sometido a la fragilidad de una pregunta planetaria: «¿En qué manos estamos?». Hay que apuntar no sólo al que contamina, sino al que se beneficia con ello.
La sombra del burro
-Cuarto mito: la ruralidad. ¿El fuel ha golpeado en lo más íntimo a los gallegos por su estrecha vinculación al medio natural?
-El mar es tu cuna y tu ataúd. No me imagino mejor compañía. Evidentemente, esta historia la llevas dentro, y un día se hablará de daños psicológicos.
-Quinto mito: la manifestación de Santiago protestaba contra la actuación del PP en esta crisis, pero también fue increpado el secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, por un aparente afán de protagonismo. ¿Refrenda eso que un gallego detenido en mitad de una escalera nunca se sabe si sube o si baja?
-Me parece que todos los apoyos han sido bien recibidos. Aquí, la gente es acogedora y agradecida. Yo, de ese episodio, ni me enteré ni pienso que sea ejemplar, aunque es fácilmente manipulable. Hay personas que únicamente ven sus siglas: en Santiago tenían al pueblo delante y sólo se fijaron en la sombra del burro.
-Sexto mito: las vacas y los percebes. ¿Qué futuro económico les queda a los gallegos si uno de sus fundamentos queda asolado?
-Nosotros solemos decir que en Galicia hay vacas con 'v' y 'bacas' con 'b', que son los barcos que van al mar. Galicia tiene una capacidad de resistencia enorme. Volveremos a empezar, pero aprendiendo lecciones inolvidables, como que no nos van a tomar más el pelo. Lo mejor sería cambiar la tripulación del barco: en democracia es necesario tener un relato solidario y colectivo, y es responsabilidad de todos.
-¿Y sobre qué trataría ese relato?
-Pasa por una idea de bienestar. Hay que cambiar las elites y lograr que la Administración funcione; hablar de ciudadanos y no de súbditos, como demuestra el hecho de que los ayuntamientos hayan sido ninguneados en esta crisis Y luego pasa por la autoestima y por marcar prioridades: el gasto va para el asfaltado, a destinos electoralistas, pero no hay proyectos serios de educación ni de investigación. Y eso que el factor humano existe: son los ciudadanos quienes limpiaban estos días el fuel con sus manos.
-Aparte de los daños, la catástrofe parece haber reafirmado la identidad y el orgullo gallegos.
-No me considero nacionalista, sino internacionalista. El nacionalismo más influyente en Galicia es el ilustrado, que tiene como fundadores a Rosalía de Castro y Castelao. Es un nacionalismo democrático, muy relacionado con la República, que carece del componente diferenciador. Castelao me lleva a ser demócrata y a entender la pluralidad como riqueza y al país, como biodiversidad.
-¿Escribirá un libro sobre la marea negra?
-No, no creo. Aunque tengo la cabeza llena de chapapote.