Los Cefalópodos
Los calamares y sus primos hermanos los pulpos, las sepias, las potas y los nautilos pertenecen a la Clase Cephalopoda, que significa animales con pies en la cabeza. Estos organismos aparecieron por primera vez en el Cámbrico, hace unos 450 millones de años.
En el proceso evolutivo seguido por los cefalópodos, uno de los mayores logros ha sido la adquisición de un eficaz sistema de locomoción, la propulsión a chorro. En este mecanismo de impulsión el agua penetra en la cavidad del cuerpo o manto (cavidad paleal) por ambos lados de la cabeza, saliendo por el sifón mediante una fuerte y súbita contracción de los músculos del manto, cuyas entradas se cierran mediante dos corchetes. El sifón es un tubo cónico muscular que puede variar de posición, y por lo tanto dirigir el chorro de agua en la dirección que convenga al desplazamiento del animal.
El sifón tiene además otras funciones, como expulsar los productos de la excreción, los huevos y los paquetes de esperma, así como dar paso a la tinta que sirve a los cefalópodos para ocultarse y despistar a sus depredadores.
Otra de las transformaciones experimentadas por estos fascinantes moluscos en su evolución ha sido la concentración de numerosos ganglios nerviosos en un auténtico cerebro, que está incluso protegido por un cartílago que actúa como un cráneo. Este cerebro les permite muchas operaciones que son más bien propias de los vertebrados que de los invertebrados, entre otras cosas aprender y memorizar. Desde este punto de vista, los cefalópodos se parecen más a los peces que a otros moluscos. Pero es que además, con objeto de que la información llegue y se transmita al y desde el cerebro a los músculos y otros efectores, los cefalópodos tienen un sistema de fibras nerviosas gigantes, que con sólo dos pasos o sinapsis controlan la contracción de los músculos del manto. El estudio y comprensión de la transmisión nerviosa en los tremendos neuroaxones de los calamares fue el tema premiado con el Nóbel de Medicina en 1964. Este sistema nervioso central es el soporte de unos órganos sensoriales extraordinarios, entre los que destacan los ojos, que son muy parecidos a los de los vertebrados superiores. También es el soporte de un conjunto de estructuras y células pigmentarias, los cromatóforos, y productoras de luz, los fotóforos, que permiten a los cefalópodos una gran variedad de modelos cromáticos. Éstos, unidos a los cambios de la textura de la piel y a diferentes patrones corporales, hacen de los cefalópodos unos organismos capaces de mimetizarse de manera sorprendente con el medio ambiente, por lo que no en vano se les considera auténticos camaleones marinos, además de poder transmitir estados “emocionales”.
La boca de los cefalópodos es otro de sus caracteres distintivos. Las mandíbulas están hechas de un material duro, la quitina, y tienen forma del pico de un loro. Este fuerte y cortante pico es una arma extraordinaria, porque está movida por unos músculos poderosos. Con ella matan a sus presas móviles, como los peces, mordiéndoles con precisión en la columna vertebral a la altura del bulbo raquídeo. Por otra parte, en la boca poseen una lengua rasposa, la rádula, que está compuesta por siete dientes transversales formando líneas longitudinales que se van renovando a medida que se gastan. Además, muchos cefalópodos poseen una rádula adicional que les permite perforar las conchas de otros moluscos. Y por si fuese poco, este armamento se completa con unas glándulas salivares posteriores que secretan venenos, los cuales actúan como neurotoxinas que paralizan o matan a sus presas. Cuando los brazos llevan el alimento capturado hacia la boca, el pico lo trocea y la rádula transporta los trozos hacia el esófago, que es estrecho y muy poco dilatable ya que pasa por el medio del cerebro, que está encerrado en un cráneo sólido. El Kraken es un voraz depredador de peces y otros cefalópodos.
Todas estas adaptaciones hacen que los cefalópodos se parezcan funcionalmente más a los peces que al resto de moluscos, aunque su metabolismo siga siendo de aquel tipo. Todas estas adaptaciones son las que han permitido a los cefalópodos competir eficazmente con los peces durante millones de años y ocupar la mayoría de los ecosistemas marinos, desde las zonas litorales hasta los 7.000 metros de profundidad.