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Los habitantes de Fanalei, en las islas Salomón, cazadores de delfines

En Fanalei, en la vertiente oeste de la isla de Malaita, sólo hay una tienda, una choza donde se vende lo imprescindible: tabaco, azúcar, galletas, combustible... Para pagar se aceptan dos monedas, el dólar de las islas Salomón y los dientes de delfín. Ambos sirven. Pero para los 500 vecinos de Fanalei es mucho más fácil hacerse con los dientes que con los billetes.

Desde hace siglos, las 50 familias de Fanalei dedican los tres meses en que no soplan los alisios, a capturar delfines según una técnica ancestral y primitiva. No hay motores fueraborda ni arpones, sólo 30 hombres astutos subidos en piraguas. Tampoco hay radares ni sondas. En el atolón sólo sirve la astucia, la habilidad y la suerte. Aún así, los cazadores vuelven de vacío nueve de cada diez veces, según documenta el investigador japonés Daisuke Takekawa.

Takekawa ha vivido durante largas temporadas en esta isla del Pacífico cercana a Guadalcanal. Allí ha aprendido que este pueblo melanesio posee un «delicado sentido de la belleza sobre los dientes de delfín, que depende de su forma». Algunos, los mejores, se emplean como dote en las bodas; otros, se emplean como adorno. La mayoría sirven para comprar: los dientes son aquí la moneda tradicional, como en Langala, por ejemplo, lo son las conchas rojas. Para las gentes de Malaita, el delfín es «el rey de los peces».

Estas gentes, que viven de lo que el mar les da, sean delfines, tortugas o peces, practican hasta 38 métodos diferentes de pesca, dependiendo de la hora, del lugar y de la especie a capturar. Posiblemente la caza del delfín sea la más espectacular y dura. Requiere trabajar en equipo y un esfuerzo y concentración sobrehumanos. Si la caza no sale bien, todo el pueblo pasa hambre.

Y lo habitual es que no salga bien. Takekawa anota que, durante una temporada de caza (entre los meses de enero y abril), los hombres de Fanalei salieron a pescar 56 días, vieron delfines 24 veces y, sólo en doce ocasiones, lograron pescarlos.

Con piedras y piraguas

¿Cómo lo hacen? Los cazadores, en partidas de 20 ó 30, salen a la mar en sus piraguas individuales, sin balancín, y reman con sus pagayas. A veces se alejan hasta 20 kilómetros de la costa. Se abren en un inmenso abanico, separados unos de otros por más de un kilómetro de agua y esperan, mientras observan en el horizonte el momento en que asomen los hocicos o las aletas.

Cuando uno de ellos ve un delfín agarra una pértiga de bambú (de unos 4 metros de largo) a la que va atada un trapo de vivos colores y la agita en el aire. Es la señal. Quienes vean la bandera deberán remar hacia ella, para cercar a la manada. Un grupo de cazadores se coloca detrás de los delfines mientras que otros, rápidamente, reman en paralelo al grupo para evitar que se escapen por los laterales. Los melanesios forman una U y empieza la caza. Todo está sabiamente medido. Cada remero, cada pescador, sabe qué hacer en cada momento y dónde situarse. Actúan con una maestría de siglos.

Cada uno lleva en su piragua ('aigalua' en lengua 'lau') dos piedras planas de unos 15 centímetros de diámetro, hechas en sílex y conseguidas mediante trueque en la isla Rauafu. Las golpean rítmicamente, obligando a los delfines a dirigirse hacia su isla, hacia la trampa... Algunos, los que bogan por los lados, hunden sus piedras en el agua y las golpean bajo el mar. ¿Su objetivo? Perturbar el sistema de sonar de los delfines y confundirlos aún más.

La manada va aproximándose hasta el paso de Port Adams, frente al poblado de Fanalei. La operación ha durado cuatro horas.

Cuando los delfines se acercan al estrecho, en una zona de manglares, la cacería se enfrenta a uno de sus momentos más delicados. Los hombres extreman las precauciones para que ningún delfín escape al cerco de piraguas.

El codiciado 'robo au'

Una vez en el manglar de la bahía, todos los vecinos del pueblo se lanzan sobre los delfines: Los cogen delicadamente por el hocico, precisa Takekawa, nadan agarrados a sus lomos y los llevan hacia una piragua más grande. Otros son sacrificados y limpiados en el agua. Esa noche habrá una gran fiesta.

El número habitual de capturas es de unos 80 delfines aunque Takekawa anota que, en una sola jornada, se hicieron con 223 piezas.

Los hombres de Fanalei son muy selectivos en sus capturas. Sólo cazan dos o tres especies de delfín: Lo habitual es que maten peponocéfalos, como el Stenella longirostris, también llamado delfín acróbata de hocico largo, o el Stenella attenuata, un delfín manchado, visible desde lejos por las olas de espuma que forma con sus saltos. Pero el más buscado, al que llaman 'robo au', es el delfín de Fraser, un mamífero que nada junto a orcas y cachalotes y que puede pesar hasta 200 kilos.

Los hombres de Fanalei, los únicos que cazan delfines en Malaita, se hacen cada temporada con unos 100.000 dientes. La mayoría se venden en Malaita o se exportan a otras islas donde se usan como moneda. Y los padres atesoran los dientes de marfil para casar a sus hijas. Es la mejor dote de las Salomón.