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El hombre que sabía demasiado de los naufragios

En medio del Atlántico, un carguero que se hunde lanza el último adiós mientras el barco desaparece en las profundas aguas del océano. Más allá, en medio de una inmensa mancha de aceite, va a la deriva un bote salvavidas en el que viaja una figura solitaria, Connie Porter, que encarna a Tallulah Bankhead, una famosa periodista.

Ésta es una de las escenas de Náufragos, realizada en 1944 por Alfred Hitchcock con un guión de John Steinbeck y Jo Swerling. Un drama que no está muy lejos de reflejar la dura realidad en la que viven los marineros gallegos.

Es evidente que la historia del protagonista de este relato hubiera encandilado al mago de la gran pantalla. Se trata de la historia de Antonio Lago Costa, marinero de profesión y hoy con ochenta años. El destino le sonrió en cuatro ocasiones, salvándole de otras tantas muertes seguras. Él atribuye su fortuna a la Virgen del Carmen, patrona del mar.

El primer naufragio tuvo lugar en una oscura mañana de 1958 cuando un barco embistió al carguero en el que viajaba Antonio. El buque que provocó el hundimiento se dio a la fuga. Lago, el único superviviente, acabó en un bote salvavidas.

Aferrado a un tanque

Volvió a encararse con el mar unos años después, esta vez en Viveiro, al hundirse el carguero de mineral de cobre en el que navegaba. «Venía de Inglaterra -relata- y, en un lugar llamado cementerio de los ingleses, el barco se hundió». Entonces le vio de cerca la cara a la muerte.

«Fuel tragué cantidad y estuve nadando durante cuatro horas, agarrado a un tanque que flotaba», apunta. Le salvó el remolcador Finisterre , luego siguió un lavado de estómago y más atención médica. A los cuatro días, volvió para A Coruña.

Las anteriores experiencias no apartaron a Lago del inmenso lienzo azul. Dicen que a la tercera va la vencida. Pero Lago se volvió a burlar de la muerte. El destino, si lo desea, puede burlarse de los refranes y de la sabiduría humana. Lago no entraba en sus planes. Se salvó junto a un perro llamado Lau , propiedad de la patrona del barco.

El último beso mortal con el mar lo tendría en Corcubión, su tierra natal. Corrían los años ochenta. El marinero había ido a pescar a la línea con una barquita. Llegó un golpe de mar y volcó la embarcación: «Estuve tres horas por debajo. Tragando mucha sal hasta que me salvaron».

Después de estos avatares, tras una estancia en Noruega, Lago se vino para A Coruña. Se compró en Asturias una barca a la que equipó con un motor de 12 caballos y se hizo a la mar para pescar sardinas, tarea que fue abandonando gradualmente a medida que la escarcha de la vida fue depositándose en su cara.

Hoy, dice tener miedo y respeto al mar. «Con este cacherito -señala su barca, de 12 años-, ya no me atrevo a desafiar a las olas por muy pequeñas que sean. A la mar no pienso ir más. Tengo que decir que me gusta, pero los años no perdonan».