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Cada vez es menos la gente que se deja seducir por la mar

Las duras condiciones de vida y los sueldos, equiparables a los de tierra firme, han provocado un descenso en el número de profesionales Cada vez más armadores buscan personal en países del Tercer Mundo.

Cada vez son menos los jóvenes que se dejan seducir por el halo de romanticismo que rodea a la profesión de Marino. Las responsabilidades y sacrificios de ese trabajo, que requiere pasar largas temporadas fuera del hogar en un ambiente hostil como es la mar, y unos sueldos cada vez más equiparados a los de tierra firme son algunas de las causas que han restado tirón a esta carrera.

En la actualidad, son pocos los licenciados nacionales que navegan como capitanes de la Marina Mercante y cada vez son más los profesionales que deciden no hacerse a la mar, a pesar de que los expertos en el sector garantizan que el transporte naval se encuentra en pleno proceso de expansión.

El panorama se presenta tan complicado que las asociaciones nacionales de Capitanes de la Marina Mercante alertan de que, si se mantiene la tendencia actual, los armadores internacionales acabarán contratando sólo a oficiales filipinos o de países en vías de desarrrollo, «algo que ya empieza a generalizarse, por ejemplo, en Alemania».

«Lo cierto es que ahora la vocación tiene que ser muy profunda para ejercer, porque el régimen de navegación actual no es nada satisfactorio en relación al nivel de vida europeo», reconoce Patxi Garay, presidente de la agrupación vizcaina y director del Museo Marítimo de Bilbao. Según explica, esta profesión está marcada por la dureza del mar, «a veces con apenas dos oficiales turnándose cada seis horas durante meses, sin descanso».

Además, el sueldo ya no funciona como reclamo. Cada vez hay menos diferencia entre sus sueldos y las nóminas que se pagan al personal de tierra firme. «Cuando yo navegaba, y estuve embarcado hasta los años 80, cobrábamos siete veces más que una persona que hubiese cursado cualquier otra carrera superior, pero ahora los sueldos están prácticamente a la par», explica.

Los atractivos tradicionales de la profesión han perdido encanto. También la oportunidad de recorrer mundo, porque «ahora los jóvenes tienen la posibilidad de viajar por todo el mundo antes de enfrentarse a su vida laboral, con lo que ni siquiera descubrir otros países es estímulo para ellos».

Al no obtener un beneficio económico tan sustancioso como antaño, «el profesional se plantea si merece la pena perderse parte de la vida de sus hijos o las ventajas de una vida 'normal' cuando su hermano cobra lo mismo sentado en una oficina», lamenta Garay. La conclusión es que los estudiantes agotan las horas justas para obtener una titulación y, «de inmediato», se buscan un empleo que no les obligue a alejarse de su entorno.

Buen ejemplo de ello son los capitanes licenciados en la Escuela Técnica Superior de Náutica y Máquinas Navales de Portugalete. En la actualidad suman apenas quince al año, «cuando en los setenta se superaban los 40 y el centro acogía a 1.500 estudiantes, frente a los 400 que hay inscritos este curso». Cerca del 70% de los que obtienen el título no llegan a trabajar en un barco y se decantan por empleos en empresas relacionadas con el sector como servicios portuarios, estibadores, consignatarios o prácticos.

Lo más positivo del bajo número de capitanes dispuestos a hacerse a la mar es el grado de inserción laboral, que alcanza el 100%, por lo que la mayoría de los alumnos tienen garantizado un puesto antes incluso de finalizar sus estudios. «Además, aunque nuestra vida laboral puede prolongarse hasta los 65 años, la legislación marítima permite que un capitán se jubile, respetando todos sus derechos, con una década de antelación», explica Garay.