Viaje al hogar de la ballena austral
El catamarán navega por las aguas de golfo Nuevo agitadas por el viento, con una maravillada tripulación de 42 viajeros que llegaron desde Chile hasta el océano Atlántico sur para observar en su hábitat a la ballena franca austral. Varios cetáceos asoman sus brillantes lomos oscuros y sus cabezas con sus características callosidades, respiran lanzando al aire chorros de agua que mojan a los tripulantes y se sumergen para mostrar sus hermosas colas.
Un ballenato se aleja a ratos de su madre y evoluciona en torno a la embarcación rotando sobre sí mismo en el agua, en una suerte de tirabuzón.
¡Esto no es un show como el de los delfines cautivos en Miami. Apuntamos a conocer a un animal en su hábitat, donde ocurren los apareamientos, la gestación y la procreación de la especie!, dijo a Tierramérica Diego Taboada, del Instituto de Conservación de las Ballenas.
¡Se produce una interacción lúdica en la que no se sabe quién está avistando a quién, si los humanos a las ballenas o éstas a la gente!, agregó Taboada, un empresario argentino que hace 13 años vino por primera vez a península Valdés como turista, y decidió dedicarse a la protección de estos cetáceos.
Las ballenas francas no llegan hoy a ocho mil ejemplares en todo el mundo, tres mil de ellos de la especie austral (Eubalena australis), que cada año se desplazan entre tres mil y cinco mil kilómetros por el Atlántico sur, entre Brasil y la Antártida.
En península Valdés, en la provincia argentina de Chubut, unos mil 200 ejemplares se concentran en septiembre en el golfo Nuevo, al sur de la península, para los acoplamientos o los partos, tras un período de gestación de 12 meses.
Los viajeros --incluidos los pequeños Daniela y Gabriel Carvallo, de 11 y ocho años-- recorrieron cinco mil kilómetros en ómnibus entre Santiago y Valdés y de regreso, durante cinco días.
En el marco de un programa del Instituto de Conservación de las Ballenas, que permite apadrinar a un ejemplar para recibir información periódica sobre él, los visitantes ¡adoptaron! a Gabriela (por la ganadora del Nóbel de literatura Gabriela Mistral), Troff, Antonia y su cría, Docksider.
La ballena austral fue durante dos siglos uno de los cetáceos más perseguidos por la voracidad humana. Se estima que en ese período se cazaron más de 90 mil ejemplares. A partir de 1935 recibió una protección internacional parcial, hasta que en 1986 la Comisión Ballenera Internacional (CBI), creada en 1949, estableció la prohibición de su caza.
¡Eran las más cazadas por la cantidad de grasa que poseen y porque, al contrario de otras especies, flotan al morir!, señaló Taboada, quien trabaja en la estación de investigaciones que el Instituto posee en golfo San José, al norte de la península.
Son también de las más grandes: con unos 16 metros de largo, las hembras pesan entre 30 y 32 toneladas y los machos entre 25 a 30 toneladas. Pueden vivir 80 años. Por pertenecer al suborden de los mysticetos, tienen barbas en lugar de dientes y se alimentan de algas y krill, el crustáceo microscópico antártico.
En 1970 el científico estadounidense Roger Payne, fundador y director del Instituto de Conservación de las Ballenas, llegó a península Valdés preocupado por el virtual exterminio de la especie. Gracias a sus investigaciones, logró establecer al año siguiente que las callosidades en la cabeza son únicas en cada ejemplar.
Payne creó así un sistema para identificar a cada individuo mediante el patrón o diagrama de sus callosidades, apoyándose en fotografías tomadas desde el aire, a unos 70 metros de altura.
Esto permite bautizar a cada animal y seguirlo con fines de estudio y preservación. De momento hay mil 300 ejemplares identificados con este método, explicó Taboada.
En 1975 se iniciaron los viajes de observación, una forma de turismo que creció en forma exponencial, beneficiando a Puerto Pirámides, un poblado de 300 habitantes sobre el golfo Nuevo, donde seis empresas de embarcaciones atienden la demanda de los visitantes.
La observación supone un viaje de 90 minutos y su precio oscila entre 12 y 17 dólares. ¡Gracias al ecoturismo se ha aprendido que una ballena es más valiosa viva que muerta!, señaló Sofía Benegas, guía del catamarán donde se embarcó la expedición chilena.
Este viaje es útil para crear conciencia. ¡Muchos chilenos no tienen idea de que somos un corredor biológico de muchos cetáceos. El hecho de que no exista un parque nacional marino nos habla de la poca cultura que existe al respecto!, dijo uno de los viajeros, Rodrigo Mellado, director del programa de socios del Comité Nacional pro Defensa de la Flora y Fauna (Codeff), la organización ecologista más antigua de Chile.
En su opinión, Chile y Argentina deberían crear un cordón de investigación y conservación de las ballenas en el Santuario Ballenero Austral (un área circumpolar que comprende las aguas hasta los 40 grados de latitud Sur), establecido en 1994 por la CBI.
Pero la ballena franca austral aún tiene enemigos.
Japón logró bloquear la creación de santuarios balleneros en el Atlántico y el Pacífico -alertó Mellado- e intentará levantar la veda a la caza en la reunión de la Convención de Naciones Unidas para el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna, que se realizará en noviembre en Chile, y en la conferencia de la CBI, el año próximo en Alemania.