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Las poblaciones de salmónidos siguen descendiendo en alicia

Se puede describir la evolución de las poblaciones de salmónidos en Galicia con una gráfica en curva descendente durante los últimos veinte años.

Salvo en ríos puntuales, las poblaciones de truchas han sufrido una merma constante, hasta el extremo de que en algunos tramos —los más castigados por la extracción de agua, la contaminación y la elevación de las temperaturas, que hace que fracasen casi todas las puestas— su presencia es casi testimonial. Y si los salmones ibéricos atraviesan una crisis gravísima —que no es ajena a la crisis general que vive el salmón atlántico—, los que remontan los ríos gallegos van camino de convertirse también en visitantes testimoniales.

La pérdida de la calidad del agua, los obstáculos al remonte —muchos de ellos totalmente inútiles, porque ya no cumplen los fines para los que fueron construidos—, la presión de pesca allí donde se autoriza la extracción de peces, la extracción abusiva de agua en algunas zonas y unas leyes medioambientales muy mejorables, hacen que nuestras truchas y salmones corran el riesgo de desaparecer si la sociedad actual no afronta estos problemas con unas miras netamente conservacionistas, estableciéndose un compromiso de todos para salvar a nuestros ríos, y con ellos a todos sus habitantes: plantas, algas, fauna vertebrada e invertebrada, y todo lo que vive en nuestras aguas interiores.

Durante estos últimos veinte años, no solo se han transformado —para peor— los hábitats acuáticos gallegos. En ellos se han adaptado bien muchas especies invasoras de plantas y peces que compiten con las autóctonas y añaden un problema más a los que ya tiene la fauna y flora de aquí.

El cambio climático hace sentir ya sus efectos en las poblaciones trucheras de muchos de nuestros ríos. El calentamiento de las aguas, unido a la disminución de caudales, hace fracasar muchas puestas de trucha en las zonas más sensibles de los ríos de llanura. Faltos de oxígeno, los alevines no superan sus primeros meses de vida, y donde en otros tiempos las truchas fueron muy abundantes, hoy brillan por su escasez, como pueden certificar todas las personas que tengan una cierta edad y hayan frecuentado los ríos y riberas.

Respecto a la calidad del agua, habría que hacer analíticas en profundidad en los ríos de las cuencas más pobladas de industrias agrícolas y ganaderas. Hay una contaminación que no se ve: la producida por metales pesados o productos químicos que perjudican a la vida en las aguas, como los detergentes y productos fitosanitarios. La disminución de caudales no solo tiene que ver con las sequías estacionales. Las variaciones de caudal aguas abajo de todas las presas hidroeléctricas causan auténticos desastres en la época de reproducción de los peces, y quizá se podrían acordar unos caudales mínimos invernales para garantizar que los salmónidos se reproduzcan con facilidad en áreas muy sensibles, allí donde existen graveras cercanas a las presas.

La actitud de la Administración

La responsabilidad de la conservación de nuestro medio ambiente es de los poderes públicos. Para ello, ordenan los territorios y emiten leyes medioambientales de obligado cumplimiento para todos los ciudadanos, tanto para los que se benefician del uso del medio ambiente de forma profesional —empresas eléctricas, agricultores, ganaderos y otros empresarios en general— como para los que lo usan como un objeto de placer para pasar en él su tiempo libre: senderistas, pescadores, cazadores...

A finales del pasado siglo, en Galicia primaba el desarrollo industrial sobre la conservación medioambiental. Existían unas leyes vagamente proteccionistas, pero se miraba hacia otro lado cuando eran infringidas. Uno de nuestros presidentes autonómicos lo dejó meridianamente claro con una frase lapidaria que pasó a la historia: «Vale más un kilovatio que un salmón».

Pero la realidad es tozuda, y la actitud de la Administración tuvo que evolucionar ante el declive de nuestros ríos. Se endurecieron —en apariencia— las normas ante los usuarios profesionales del medio ambiente, y para la gestión de nuestras aguas interiores se elaboraron complejas normativas, en principio, conservacionistas, pero lo cierto es que no atajaron los problemas principales que tenían nuestros salmónidos, y que han sido detallados al principio de este artículo. Con todo, muchos ciudadanos creen que si se cumplieran —o si se hicieran cumplir— con fidelidad la mayoría de las normas medioambientales, la situación de nuestros ríos y sus poblaciones de salmónidos estaría mucho mejor de lo que está, a pesar de la cruda realidad del cambio climático. Por ejemplo, la eliminación de obstáculos al remonte y de instalaciones fluviales cuya concesión para su aprovechamiento ha caducado hay hace años, cambiaría la fisonomía y el hábitat de muchos ríos y toda la vida que bulle en ellos se vería beneficiada.

Muchos ciudadanos tenemos la sensación de que los recursos que poseen las respectivas delegaciones provinciales de medio ambiente no están bien aprovechados. No son lo bastante beligerantes ante las grandes infracciones que se cometen: ríos que se contaminan una y otra vez sin que pase nada, a pesar de las repetidas denuncias públicas; caudales ecológicos que, aun siendo insuficientes con lo marcado por la ley, se incumplen...