El bochornoso espectáculo del interrogatorio del fiscal al capitán del Prestige
Nos encanta este artículo de Juan Zamora (Capitán de la M.M. y periodista) publicado en vozpopuli.com. No tiene desperdicio. Profundiza didácticamente en como está esto de la justicia y como se quieren salvar los papeles al estado. "El juicio no persigue saber cómo ocurrió el accidente. Se trata de condenar al capitán del Prestige caiga quien caiga. "Si alguno navegó profesionalmente entenderá totalmente la epístola que transcribimos integramente,
Imaginemos que al conductor de un camión cisterna contratado por una empresa de transporte le someten a un juicio tras haber sufrido un accidente, con daños materiales (camión destrozado, carretera manchada, interrupción del tráfico, etc.), pero sin víctimas.
Imaginemos que en la vista oral del extraño proceso, al camionero le interroga sobre el accidente un niño de ocho años que sólo ha visto un camión en fotografía y que ignora -lógicamente- cómo se desarrolla el oficio de conductor: qué hace, cómo se forma, etc. etc. Para colmo, el niño de ocho años -pobre criatura- habla un idioma distinto y distante del camionero y necesita que otro niño, también lógicamente ignorante del oficio de camionero y de cuanto rodea al transporte rodado (leyes, mercado, prácticas al uso) le vaya traduciendo las preguntas y las respuestas. Eso fue ayer el interrogatorio del fiscal al capitán del buque - tanque PRESTIGE, Apóstolos Mangouras.Un espectáculo penoso, delirante, rayano en el teatro del absurdo.
El niño -8 añitos- que sabe lo que sabe un niño de 8 años e ignora todo cuanto ignora de la dura profesión del camionero un niño de 8 años, le pregunta al conductor, ¿llevaba usted puesta la velocidad automática en el momento del accidente? El camionero, ya muy fatigado por preguntas infantiles e irritado por la impertinencia del imberbe, lo mira estupefacto y no acaba de decidir si manda a la criatura a que le limpien los mocos o hace de tripas corazón y le pregunta al mocoso, ¿podría usted explicarme qué quiere decir lo de 'velocidad automática'? Opta con resignación por esto último.
El mocoso es chulillo, un niño malcriado, y se revuelve lleno de soberbia: ¡aquí las preguntas las hago yo, usted conteste!. El conductor, que sabe que el niño de 8 años -ignorante y chulillo- le pide una condena de doce años por delitos inventados, baja la cabeza y explica que el camión va a la velocidad que permite el motor, las normas de tráfico aplicables en cada zona y las condiciones del tráfico y que no hay ‘velocidad automática’ alguna. El mocoso va armado con un fajo de papeles que consulta imitando a las personas que saben -lo ha visto en la tele- e insiste: muy bien, entonces ¿sabía usted el dinero que pagó el cliente a la empresa propietaria del camión por el transporte?, "No lo sé" contesta el conductor, "esos pormenores no los sabemos los conductores". ¿Y sabía usted, insiste el niñato, que el mecánico que revisó el motor del camión hace dos años ya advirtió que el manguito de la pieza que habían cambiado unos meses antes podría dar problemas? El rostro del conductor empieza a denotar un cansancio infinito, pero se sobrepone a pesar de sus muchos años de vida y experiencia. No lo sé, los conductores no solemos ser además ingenieros, responde. Muy ufano, el impúber mira al tendido y comenta, ¡ajá, está claro que usted no sabía lo que llevaba entre manos!.
El conductor le mira y en su mirada, entre la indecible irritación, aparece un rayo de misericordia. Pobre niño –piensa- no tiene ni idea de lo que está hablando, pregunta a bulto y actúa imitando a los mayores, en fin, un niño. Qué le vamos a hacer. ¡Los tanques del Prestige tenían corrosión! El niñato, envalentonado por la actitud educada y benevolente del viejo conductor, se viene arriba, oye aplausos imaginados en su tierno cerebro, y sin encomendarse a dios ni al diablo, pregunta: el camión corría en el momento del accidente, ¿verdad?. El camionero no sabe si reír o llorar, y contesta: sí, claro, el camión corría, naturalmente, por supuesto.
El niño está satisfecho, ha conseguido que el viejo conductor admita que el camión ¡corría! Sabe que al día siguiente en el colegio los niños comentarán a coro: el camión corría, el conductor ha admitido que el camión corría. No importa si corría poco o mucho, si la velocidad superaba la máxima legal o si era adecuada para las condiciones de tráfico, ¡el camión corría! Aunque algún profesor les explica que todos los camiones corren, porque eso es lo que han de hacer para cumplir su misión, los niños periodistas no están para entrar en detalles de si la velocidad del camión era adecuada en el momento del accidente, como por otra parte demuestran las grabaciones de las cámaras y los numerosos testigos adultos que han declarado en el proceso. Lo importante para los niños es que el camión corría y, claro, por eso tuvo el accidente.
Está claro que el conductor, que no sabía lo del manguito, era un loco que llevaba un camión que tenía ruedas y corría. Corría. Eso fue ayer la sesión de la vista oral del proceso sobre el Prestige que se sigue en las instalaciones de ExpoCoruña. Le tocaba al fiscal interrogar al acusado Apóstolos Mangouras, capitán del Prestige, al que sometió a una batería de preguntas grotescas, absurdas y estúpidas, que ponían en evidencia que el señor fiscal no sabía de lo que hablaba, lo ignora todo de los barcos y por eso, impasible como un niño curiosillo, era capaz de preguntarle al capitán ¿con qué instrumento miden ustedes los calados del barco?, preguntas sin relación alguna con el accidente, lanzadas sólo y exclusivamente para dar la impresión de que el capitán no sabe y por tanto es culpable.
Un capitán mercante italiano, asistente al juicio por solidaridad con el capitán del Prestige, me comenta: a los capitanes se nos exige tener conocimientos profundos de derecho marítimo, penal y mercantil, y este fiscal no tiene ni idea de barcos, y ahí está, interrogando a bulto, como un ciego disparando al aire. ¡Porca miseria!
Mangouras aguantó bien el bochornoso espectáculo. Frisa los ochenta años, está en buen estado físico, pero la edad se le nota en el cansancio de la mirada y en esa nota de inconmensurable tristeza que asoma, rotunda, en su voz gastada. Admitió, naturalmente, que en los tanques de lastre se observaba corrosión, sólo corrosión, añadió para que se le entendiera. Todos los tanques de lastre, de todos los buques a partir de unos pocos meses de servicio, sufren corrosión. Lo sabe él y lo sabemos todos los marinos y cuantos técnicos trabajan en la construcción naval. Pero no lo saben los periodistas que ayer mismo por la tarde titulaban en todas las radios y televisiones que “los tanques del Prestige tenían corrosión, lo ha admitido el mismísimo capitán Mangouras”. Pues sí, los tanques de lastre de cualquier petrolero en servicio siempre tienen corrosión. Por eso, cuando la corrosión supera un determinado límite, regulado en las normas técnicas de las sociedades de clasificación, se manda cambiar las planchas, cuadernas, bulárcamos, esloras, baos y demás elementos constructivos que sea necesario. Eso fue lo que hizo el Prestige. Y está bien documentado. Pero este proceso otoñal y tardío, que nada tiene que ver con la Justicia, aunque de ella tengamos un concepto español, no persigue saber cómo y por qué se produjo el accidente del petrolero Prestige en la tarde del día 13 de noviembre de 2002. Aquí se está para condenar al capitán del Prestige caiga quien caiga, aunque para ello tengamos que mentir, falsear y arrastrar por el barro a la administración de justicia. Aquí se está para sentenciar que el gobierno hizo lo mejor, lo único posible, y que cualquier otra versión atenta contra el honor de la patria. Aquí se está para avergonzarnos a todos los españoles de bien y para que los profesionales del mar podamos indignarnos hasta la médula. Para eso han montado este circo.