Puerto de Gijón. Castillo de Salas. Una incómoda zapatilla
Lleva 17 años escondido a casi 20 metros de profundidad, pero su presencia nunca ha pasado inadvertida. Las manchas de fuel y el carbón delatan al Castillo de Salas con demasiada frecuencia, y ahora es protagonista, porque cada vez queda menos para que diga adiós. Para siempre.
La primera fase de los trabajos para trasladar a 77 kilómetros de la costa gijonesa la incómoda 'zapatilla' del Castillo de Salas han llegado a su fin. Estas tareas preliminares, a cargo de la empresa norteamericana Titan Maritime, han sido la base de la parte más espectacular de la operación: su traslado a alta mar, que llegará en una fecha aún no determinada, pero que será antes del 30 de junio del próximo año.
Pero como la mar ni sabe ni conoce ni respeta los contratos, la remoción de los restos dependerá en todo momento de lo que ella determine. A la espera de lo que ocurra, el Ministerio de Fomento confía en que antes de este invierno pueda comenzar la colocación de las piezas para poder elevar el pecio y hundirlo en una sima a tres mil metros.
Durante los últimos días, los diez tripulantes, nueve buceadores y dos coordinadores del Union Beaver -el barco de nacionalidad belga que sirve de base de operaciones- han estudiado el estado de los restos, los pesos y han recogido los datos necesarios para el planteamiento de la operación de remoción. Las condiciones meteorológicas han sido las mejores aliadas, lo que ha permitido que ni un solo día (incluidos los festivos) se hayan tenido que quedar en tierra.
Estos trabajos de inspección y toma de datos se han completado con la eliminación de algunas piezas del pecio que sobresalían de la estructura, para evitar que puedan dificultar operaciones posteriores.
Toda la información recopilada en estos doce días servirá para elaborar un estudio de ingeniería que permitirá el izado de los restos del barco. Una vez concluido este trabajo y establecidos los puntos de fijación y la definición de las piezas, se procederá a su fabricación. Cuando por fin esté preparada la plataforma, comenzará ya la colocación de la misma.
El siguiente pasó será proceder a su elevación, para permitir que un remolcador inicie la última travesía de aquel carguero que todavía hoy tiñe la playa de negro y que no ha dejado de hacerlo desde que en 1986 se hundiera ante la ojos perplejos de una ciudad indignada.
Pero indignada sigue y seguirá. Porque si bien las manchas de fuel no tendrán ya justificación en el barco, ahora refugio de congrios y centollos, el carbón que derramó en en su día continúa inamovible en la bahía. A veces oculto bajo el agua y, otras, convertido en un polvo molesto y antiestético -aunque no contaminante- sobre la arena de San Lorenzo.
El mismo destino que la proa
Cuando llegue esa última travesía, lo que hoy queda del barco -de unas 1.300 toneladas de peso- recorrerá sus 45 últimas millas con rumbo hacia el Norte. Su destino es una sima. El mismo destino que corrió en su día la proa del barco.
La operación que se llevará a cabo en Gijón será muy similar a la desarrollada el pasado año en Rusia, para rescatar el submarino nuclear Kursk, hundido en el mar de Barents el 12 de agosto de 2000. La profundidad a la que se hallaba del sumergible ruso -108 metros-, la presencia de armamento en su interior, el hecho de que tuviera que ser seccionado (para dejar la proa en el lugar del hundimiento) y la propia envergadura de los restos de uno y otro evidencian que el traslado del Kursk fue mucho más complejo y delicado.
Pero, como está previsto que ocurra con el Castillo de Salas, el submarino fue elevado a través de cables unidos a una plataforma hasta ocho metros de profundidad para remolcarlo al dique seco dónde sería desguazado.