El capitán del 'Diana Uno' relata su odisea. No hay quien pueda con el mar cuando se pone bravo
Bilbao fué testigo en la tarde de ayer tarde del hundimiento de un carguero que estaba fondeado en el exterior del Puerto de Bilbao.
La alarma, según datos ofrecidos por el Ministerio de Fomento, saltó sobre las cinco y media de la tarde de ayer. El buque 'Diana Uno', de pabellón portugues, 82 metros de eslora, pedía ayuda a los remolcadores del Puerto de Bilbao tras fallarle el ancla y garrear arrastrado por el fuerte viento y el temporal que azotaba a todo el litoral vizcaíno para encallar en las rocas que protegen el dique de Punta Lucero.
El buque que había llegado en lastre a las instalaciones portuarias de la capital vizcaína, se fue a pique con 45 toneladas de gasóleo y 3.000 litros de aceite en su interior. Sus ocho tripulantes, cuatro de ellos españoles fueron rescatados ilesos por un helicóptero de Salvamento Marítimo tras una complicada operación.
El carguero garreando, arrastrado por rachas de viento medidas de 50 nudos se desplazaba a la deriva sin que el ancla hiciera firme. El capitán había puesto en marcha las máquinas, pero la fuerza del viento era muy superior. En apenas media hora, el barco se había estrellado contra el rompeolas de Punta Lucero.
El impacto con las rocas abrieron varias vías de agua en su casco que comenzaron a hundirle lentamente. La torre de Salvamento Marítimo en Bilbao, que coordinó toda la operación, centró entonces sus esfuerzos en salvar a la tripulación. El helicóptero Helimer Cantábrico ya había partido desde su base en Gijón y se dirigía a la zona del naufragio para colaborar en la operación. La fuerza del viento, sin embargo, obligaba a intentar primero el rescate marítimo. Varias embarcaciones de la Ertzaintza, la Guardia Civil y tres remolcadores se aproximaron al 'Diana Uno'.
Las olas y la proximidad de las piedras se encargaron de abortar la tentativa.
En torno a las siete y veinte, el Helimer alcanzaba el espigón de Punta Lucero. Las condiciones no podían ser peores. Viento y lluvia convertían en el rescate en un ejercicio de coraje. Aunque en la primera maniobra el vendaval impidió al helicóptero acercarse al carguero, la pericia de los pilotos venció en esta ocasión. Los marineros fueron izados de dos en dos y en sólo cuarenta minutos estaban a salvo. La aeronave del Salvamento Marítimo les dejó ilesos en el aeropuerto de la capital vizcaína.
Las vías de agua abiertas en el casco del buque lo hundieron sobre las nueve de la noche. Una conglomerado de maderos quedaron junto al rompeolas como último recuerdo del 'Diana Uno', que mañana esperaba llenar de fertilizantes su bodegas y abandonar el Puerto bilbaíno.
El remolcador 'Ibaizabal II' pasó la noche en el lugar del naufragio. Su cometido, al margen de retirar los restos del barco, consistía en vigilar posibles vertidos. Aunque el barco iba vacío, transportaba 45 toneladas de gasóleo y 3.000 litros de aceite. Hoy, está previsto que un equipo de especialistas de Salvamento Marítimo inspeccione la zona. Fomento sostiene que si el combustible sale del barco «se batirá contra el rompeolas» y «no se producirá contaminación relevante».
No hay quien pueda con el mar cuando se pone bravo
El capitán del 'Diana Uno' relata con cierta resignación su odisea para salvar a la tripulación y al barco desgarrado por las rocas.
Agotados, calados, hambrientos, derrotados por el mar y sin un euro para tabaco. Pero vivos. Los ocho tripulantes del 'Diana Uno' -cuatro españoles, dos cubanos, un colombiano y un peruano-, dejaron ayer todas sus pertenencias en el barco mientras se hundía desgarrado por las rocas. Con el buque también se fueron a pique algunas de sus ilusiones. Ninguno podía imaginar por la mañana que la tediosa espera en El Abra exterior para atracar en el puerto acabaría así.
«Estábamos fondeados y empezó a aumentar la fuerza del viento», relataba el capitán Roberto Pría, de origen cubano. El mercante, de 82 metros de eslora y 3.300 toneladas, procedía de Figueira (Portugal) y pretendía cargar fertilizantes el lunes en los muelles de Santurtzi. Las previsiones de marejada con vientos de fuerza 7 en la costa se quedaron cortas. Un repentino chubasco sorprendió al buque en lastre a varias millas del litoral a primera hora de la tarde.
«Dimos máquinas para alejarnos de la costa, pero el barco estaba en lastre y la mar nos iba dominando». La tranquila espera se rompió de repente y comenzó una feroz y desigual lucha contra la naturaleza. «Cuando el mar se pone bravo, no hay quien pueda con él», se resignaba uno de los marineros. La batalla tuvo un claro vencedor. «Nos acabó tirando contra las rocas. A las cinco y media lanzamos el SOS y llamamos a los prácticos de Bilbao», continúa el capitán. «Lo más importante en ese momento era que la gente saliera viva». La situación más crítica aún estaba por llegar. «La mar empeoró, empezaba a anochecer y el barco daba bandazos contra el rompeolas».
«Golpetazos»
En un primer momento, Salvamento Marítimo intentó el rescate de los ocho hombres por agua, pero el temporal impidió que los remolcadores y la patrullera de la Guardia Civil se pudieran acercar al 'Diana Uno' con garantías. El plan B, por aire, no menos arriesgado, era recoger a los marineros desde un helicóptero. Mientras el Helimer Cantábrico se desplazaba desde su base de Gijón, el mercante agonizaba junto al acantilado de Punta Lucero. Las olas les calaron hasta los huesos. Un golpe de mar lanzó al capitán al suelo en el puente. Al caer se abrió un siete en el pantalón.
-¿Han temido por sus vidas?
-«No te imaginas lo mal que se pasa allá en lo alto dando golpetazos contra las piedras», exclamaba Roberto Pría. Calados hasta los huesos, se pusieron los trajes de supervivencia y aguardaron su turno para escapar del naufragio. «Nos sacaron de dos en dos». La operación resultó angustiosa: con fuertes rachas de viento, sin luz y con la constante amenaza del acantilado. La aeronave trasladó a los ocho marineros al aeropuerto de Loiu. Una vez superados los trámites de Inmigración y tras recibir asistencia médica, fueron alojados en el hotel Conde Duque de Bilbao, adonde llegaron alrededor de las diez de la noche. «Lo más importante es que todo el mundo se salvó», sentenció el capitán, que a esa hora aún alimentaba la esperanza de que el barco no se hundiera.