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El Blue Hole, un cementerio submarino... o el ultimo canto de la sirena

Fuente: Terra Noticias. Hector M Garrido
Ni el centenar de muertos que se han cobrado las aguas de este agujero de 110 metros de profundidad situado en las costas del Sinaí, logrará impedir que los submarinistas más atrevidos, en estas fechas idóneas para el buceo, se adentren en un paraje bautizado por los lugareños egipcios como “El cementerio submarino”.

Joel Ingalaturre se ha topado muchas veces con ellos. Son cadáveres blanquecinos, en ocasiones desmembrados y a veces completamente irreconocibles. Cuerpos pálidos por la ausencia de luz que son cargados en la bandeja de un pick-up para ser velados en algún otro lugar. Quien se sumerge en el agua para rescatarlos y cargar con ellos es Tarek Omar, un egipcio que habita en la región. O bien un tipo ruso de quien Joel no recuerda el nombre. “No es el mejor de los trabajos ni un tarea agradable, pero alguien tiene que hacerlo”, afirma este submarinista de 24 años.

 

La muerte como compañera y las lápidas como testigo. Cerca del Blue Hole, una depresión sísmica con forma de embudo circular situada en las costas orientales de la península del Sinaí, se yergue una decena de placas a modo de mausoleo que avisan de la peligrosidad de este ‘agujero azul’, que con el tiempo ha sido denominado ‘El cementerio de los submarinistas’. “Cuando cruzo con mis alumnos frente a las lápidas les digo que miren hacia otro lado… y que aprendan la lección”, explica Ingalaturre desde Dahab, un antiguo pueblo de pescadores que a poquito se ha ido convirtiendo en balneario, destino de mochileros, personas de espíritu libre y de corto presupuesto, que acoge en su litoral a este monstruo marino.

 

El Blue Hole acoge cada día a docenas de visitantes fascinados por la flora y fauna de este arrecife situado a 100 kilómetros de la turística Sharm El-Sheikh. “Es un paraje espectacular”, explica Víctor, un instructor de submarinismo en la escuela Sinaidivers del hotel Hilton de Dahab. “Llegas al arrecife dejando a la derecha una preciosa pared de corales, y un mar sin fin a la izquierda. Y ya dentro del Blue Hole, si miras hacia arriba, contemplas decenas de submarinistas haciendo apnea con sus grandes aletas… y hordas de turistas italianas sobre tu cabeza”.

 

Bello y mortal
Su belleza, sin embargo, se ha cobrado también muchas vidas. Las autoridades egipcias hablan de 40, pero los beduinos que viven en esta zona desértica bañada por el Mar Rojo elevan la cifra al centenar; un registro macabro e inalcanzable incluso para peligros de la naturaleza como el Annapurna himalayo, llamado la ‘montaña asesina’ por ser el pico más dañino del planeta, y en cuyas laderas han muerto 61 alpinistas. Poco más de la mitad.

 

Ingalaturre conoce bien el Blue Hole. Submarinista desde los 17 años e instructor a las 19, ha buceado en sus aguas en muchas ocasiones y ha atravesado dos veces el arco maldito (‘The Arch’), un pasadizo a 58 metros de profundidad que conecta el Mar Rojo con el interior de este arrecife de casi 80 metros de diámetro. Un auténtico reto a los pulmones que ha sido el culpable de la tenebrosa historia de este laguna, el Blue Hole, que baja a 110 metros de profundidad. Víctor identifica otro cupable: la insensatez. “Muchos locos hacen un curso de instructor y ya piensan que tienen bajo su mano los dominios del dios Poseidón”, critica con ironía este divemaster.

 

“Para un buceador experimentado es una tentación cruzar el Arco. Pero muchos se aventuran a hacerlo sin tener la experiencia o el material necesario”, afirma por su parte Joel, que vive en Dahab desde hace dos años y trabaja como redactor y webmaster de la revista Buceadores. “Hay mucho ruso y polaco por aquí… y los veo constantemente sumergirse ebrios tras visitar los restaurantes beduinos cercanos a la laguna”.

 

Uno de estos rusos, Yuri Lipski, murió hace nueve años al tratar de cruzar el Arco con una cámara submarina a cuestas. Tenía 23 años. Su muerte bajo el agua, ocho pavorosos minutos de viaje infructuoso hacia el Arco, se puede ver en Internet. Las imágenes parten de la normalidad; después asoma la respiración entrecortada, los modos erráticos, su grito ahogado pidiendo auxilio… y la agonía final. Su placa mortuoria está ahora colocada en el camino hacia el Blue Hole.

 

“Casi lloro la primera vez que vi aquel vídeo; tuve que ponerme una película de humor para dormirme”, admite un Ingalaturre que, entre otros factores, cree que haber llevado una cámara de vídeo pudo haber distraído al submarinista ruso. “Es fácil que una cámara te haga perder el sentido de la profundidad. A Lipski la narcosis debió golpearle fuerte; se aprecia cómo pierde el control de su equipo y de la cabeza. Se asusta, no piensa con claridad y no reacciona. Y cuando empiezas a caer... caes muy rápido”, se lamenta Ingalaturre.

Según Víctor, de Sinaidivers, hay otra forma común de morir en el Blue Hole. “Muchos empiezan a descender 10, 20, 30 metros y como no encuentran el Arco de inmediato, les da un ataque de nervios que agrava la narcosis. El aire se les acaba… y acaban muertos en las profundidades, o por la descompresión de una subida demasiado rápida”.