EE UU aprueba el uso de un sonar para barcos militares En contra del criterio de ecologistas y biólogos marinos.
En contra del criterio de ecologistas y biólogos marinos, el Pentágono ha logrado permiso para instalar sonar marinos que emiten frecuencias capaces de desorientar y ensordecer a las ballenas. Tal es el volumen del sonido, que muchas ballenas y delfines se suicidaron en playas de las Bahamas cuando la Marina realizó los primeros experimentos.
Según el Gobierno estadounidense, los nuevos sonar hacen falta en su estrategia militar porque son los únicos que permiten detectar la presencia de submarinos ultrasilenciosos. Al menos Rusia, Alemania, Francia, Suecia y China están desarrollando submarinos de ese tipo, aunque los sonar se están convirtiendo en un sistema de defensa atractivo para países que no pueden permitirse el lujo de unas fuerzas aéreas potentes. El Pentágono planea emplear el nuevo sonar en dos barcos, aunque inicialmente el proyecto contemplaba instalarlos en cuatro. No se ha reducido la cifra de buques por cortesía con las ballenas, sino por falta de presupuesto. El sistema cuesta 300 millones de dólares (304,87 millones de euros).
A cambio del permiso, la Marina se compromete a apagar el sonar en zonas con presencia habitual de grandes mamíferos y tortugas. Las ballenas son especialmente susceptibles a las bajas frecuencias que emplea el nuevo sonar, que son las mismas que ellas articulan para comunicarse, aparearse y determinar sus trayectorias migratorias. El sonar, tecnológicamente muy avanzado, funciona con un sistema aparentemente rudimentario: los barcos arrastran un largo cordón metálico del que cuelgan 18 altavoces de gran tamaño.
Los altavoces llegan a emitir frecuencias de 230 decibelios, lo que equivale aproximadamente al sonido que se percibe al lado de un jumbo que despega. Los biólogos marinos aseguran que a las ballenas les irrita todo sonido por encima de los 110 decibelios y les enloquece si pasa de 180, porque es el límite que soportan sus tímpanos antes de romperse.
El temor de los ecologistas se justifica en los resultados de los experimentos con este sonar realizados en 2000. Dieciséis ballenas y dos delfines escogieron morir en las playas de las Bahamas a las pocas horas de que el sonar empezara a emitir las frecuencias insoportables. Los científicos comprobaron que muchos tenían hemorragias en los oídos y en el cerebro.